El conjunto de territorios que habían conformado una gigantesca estructura de poder durante los siglos XVI y XVII, la Monarquía Hispánica gobernada por los Habsburgo, iba a vivir una gravísima crisis no solo de identidad sino también de autentica supervivencia a comienzos del siglo XVIII.
La muerte sin descendencia de Carlos II puso fin a la dinastía de los Austria españoles y dio paso a un grave conflicto para determinar quién debía legítimamente heredar el trono de la Monarquía. Varias cancillerías europeas se inmiscuyeron en el proceso y la corte de Madrid se convirtió en un nido de espías y conspiraciones que medraron para favorecer a sus respectivos intereses. Pero el enfrentamiento final, el definitivo, se produjo entre Francia y el Imperio austriaco que se consideraban los legítimos depositarios de la herencia de Felipe III una vez que su nieto Carlos II no había sido capaz de engendrar un varón (ni tampoco una hija) mientras que Inglaterra trataba de convertirse en el árbitro del proceso.
Comienzo con este una serie de artículos en los que trataré de mostrar los motivos por los que la nobleza y la aristocracia españolas no fueron capaces de articular un acuerdo que sentara a un español en el trono; como los borbones franceses y los Habsburgo austriacos se sintieron legitimados para heredar el imperio hispano y de que manera jugaron sus cartas para obtener su objetivo; cómo trataron de repartirse los territorios españoles sin contar en ningún caso con la voluntad de los súbditos de Carlos II, y por último, expondré el papel del Consejo de Estado, guiado por el Cardenal Portocarrero, que determinó entregar el trono a Felipe de Anjou, nieto del Rey Sol, Luis XIV, de manera que la potencia rival de la Monarquía Hispánica desde los tiempos de los Reyes Católicos, encarnada primero en los Valois y después en los borbones, iba tener la opción de influir, cuando no de controlar y decidir, las decisiones que se tomaran en Madrid.
Lo cierto es que ni Francia fue capaz de defender la Monarquía heredada por el nieto del Rey Sol, ni el Imperio dejó de participar en la desmembración de la Monarquía. El equilibrio en Europa se asentó sobre la desmembración y el reparto de los territorios hispánicos.
La gran potencia de los inicios de la Edad Moderna fue desmembrada en lo territorial y sometida en lo político tras la Guerra de Sucesión, una verdadera guerra europea que determinó un nuevo orden político internacional en el que Francia e Inglaterra emergían como fuerzas referenciales y, por lo general, antagónicas, mientras que, el Imperio Austriaco se veía también favorecido por aquel “reparto”, por aquel nuevo “equilibrio”
La Guerra de Sucesión y el subsiguiente Tratado de Utrecht alumbraron un nuevo mapa geopolítico europeo en el que la Monarquía Hispánica perdió una parte considerable de su poder y, sobre todo, su integridad, cuya defensa había sido el argumento fundamental para apostar por la entrega de la magnífica herencia al Borbón. La integridad no se conservó, la Monarquía perdió sus estados en Europa; Flandes, los Países Bajos españoles, Milán, Nápoles y Cerdeña pasaron a formar parte del Imperio Austriaco gobernado por el archiduque Carlos. Inglaterra obtenía importantes derechos comerciales a través del Navío de permiso para comerciar con América, lo que a la larga influyó en la quiebra del monopolio español. Para consolidar su hegemonía en los mares, Inglaterra, además, obtuvo una plaza estratégica en el Estrecho, Gibraltar, y una isla en el Mediterráneo, Menorca.
Una dinastía francesa ocupaba el trono de España tras más de dos siglos de luchas y guerras entre los reyes de la casa de Austria y los reyes de Francia.
La salud del rey Carlos II generó serias dudas desde su infancia respecto a la posibilidad de gozar de una vida lo suficientemente longeva para garantizar un reinado duradero. Pero supero la niñez, y entonces las dudas afectaron a la capacidad de que pudiera, o no, engendrar descendencia.
El reinado de Carlos II ha sido considerado como uno de los periodos más sombríos de la historia española. Tras las derrotas sufridas por Felipe IV frente a Francia, el último de los Habsburgo españoles no consiguió recuperar el vigor de la Monarquía por lo que el último tercio del siglo XVII ha sido percibido tradicionalmente como un periodo de decadencia que culminó con la mencionada Guerra de Sucesión y los tratados de Utrecht. Tan negativa imagen ha comenzado a ser matizada en los últimos años. Por un lado, en el ámbito de la economía[1] gracias a los resultados de diversos estudios que consideran que, precisamente, la crisis económica previa empezó a reajustarse con adecuados cambios en materia hacendística y acertada política monetaria. Por otro, en lo que respecta a la política internacional, se han valorado las alianzas con las potencias marítimas que colocaban las necesidades políticas y comerciales por encima de las afinidades religiosas y fueron capaces de detener o, al menos, limitar la expansión de Luis XIV[2]. Voy a repasar algunas de las más significativas valoraciones realizadas por políticos filósofos e historiadores aparecidas desde las últimas décadas del siglo XVII hasta nuestros días por si alguien tiene interés de profundizar en el conocimiento del reinado del Hechizado.
El débil estado físico de Carlos II y su aspecto fueron comentario frecuente entre los cortesanos y los diplomáticos tal y como reflejan algunas de las cartas de algunos embajadores extranjeros como Harcourt, Stanhope o Ariberti o las del doctor Geelen, médico de Mariana de Neoburgo. La figura del rey estuvo desde su niñez condicionada por su mala salud, sus dificultades para andar y las dudas acerca de su capacidad mental. El juicio histórico de su reinado comenzó teniendo muy en cuenta estos condicionantes. cómo podemos encontrar en el análisis del marqués de San Felipe, Vicente de Bacallar y Sanna, que ya mencionaba estas dificultades, así como su flaqueza de ánimo e inconstancia, a la vez que otorgaba especial relevancia al asunto de los hechizos[3].
A mediados del siglo XVIII aún se aprecia un cierto respeto por la figura del rey Habsburgo en la Historia de España de Jean-Baptiste Duchesne traducida por José Francisco de Isla[4]. Algunos de los miembros de la primera generación de ilustrados como Gregorio Mayans y Ciscar mantienen esta línea, pero paulatinamente los juicios se volvieron mucho más críticos y acabaron por vincular a Carlos II con la decadencia de la Monarquía. Muy descriptiva es la opinión de José Cadalso, “Carlos II fue el príncipe más estúpido que jamás se ha conocido” aunque cabe destacar que sobre la sucesión afirmaba que “fue la única cosa en que acertó”[5]. Como ejemplo de la opinión que entre los miembros de la Ilustración francesa suscitaba el último de los Austria, basta con recordar la opinión de Voltaire, “no sabía ni donde estaba Flandes, (…). Este rey le dejó al duque de Anjou todos sus estados, sin saber lo que le dejaba”[6].
Los duros epítetos y calificativos se prodigaron durante la segunda mitad del siglo XIX y los años del liberalismo; los comentarios despectivos alcanzaron entonces su máxima intensidad catalogándole, sin reparos, de “imbécil, ignorante o fantasmón trágico y ridículo[7]”,
A lo largo del siglo XX los estudios profundizaron más en la actuación de ministros, consejeros, embajadores y cortesanos y superaron en gran parte estos peyorativos análisis de la personalidad y la salud física y mental de Carlos II para ocuparse de analizar más concretamente las influencias internacionales, las ambiciones nobiliarias y cortesanas y las posibles alternativas que se plantearon para solucionar la ausencia de un descendiente directo del Habsburgo.
Así, en 1912 Julián Juderías y Loyot, miembro de la Real Academia de la Historia, apuntaba a otras razones para tratar de entender el resultado del proceso sucesorio; se preguntaba “¿Cómo fue que un pueblo tan apegado a sus costumbres, a sus prejuicios, a su misma política, renunció de pronto, a todo lo que había constituido los fundamentos de su modo de ser y se sometió a la voluntad de otro pueblo que había sido siempre su enemigo y su rival y que volvió a serlo poco después?”[8]. Y, pese a calificar al rey como ignorante o zafio[9], la respuesta no la encontró sólo en el monarca, en el mal hacer de los hombres públicos ni en la incapacidad de la clase política sino en el estado general del país. Su obra se centra más en la situación social y la opinión pública que en el aspecto político del testamento.
Ludwig Pfandl, en 1940, volvía a incidir en lo importante de su última voluntad y manifestaba que el testamento de 1700 fue el “único verdadero hecho de la vida del monarca” aunque advertía que fue el Cardenal Portocarrero el verdadero artífice del mismo[10]. Pero el autor que más iba a influir en los futuros estudios sobre el reinado y la cuestión sucesoria fue Gabriel de Maura y Gamazo con sus obras Carlos II y su Corte[11] y Vida y reinado de Carlos II[12], publicada en 1942 y para cuya redacción Maura pudo contar con los trabajos realizados previamente junto al príncipe Adalberto de Baviera. Maura, que no renunció a mencionar la debilidad de Carlos II, destacaría, sin embargo, su rectitud moral y su forma de actuar ante la inminencia de la muerte, asumiendo sus responsabilidades como rey y tomando una decisión desagradable y difícil, pero que era la que más posibilidades tenía de garantizar la unidad de la Monarquía. Esta dignificación del acto final, esta forma de ensalzar su defensa de la Corona y su majestad y el empeño en mantener la unidad de su Imperio han sido determinantes en la comprensión e interpretación de este acontecimiento por parte de los historiadores de las últimas décadas del siglo XX.
En la década de 1950, Joan Reglá puso el punto de mira en los ministros y consejeros de Carlos II a los que consideró una clase política fracasada como minoría dirigente “despreocupada y nihilista”[13]. Domínguez Ortiz (quien acabó tomando esta posición tras unas primeras obras mucho más críticas)[14] y Luis Ribot siguieron la línea de Maura. Ribot, ya en el siglo XXI ha profundizado en el estudio de la figura de Carlos II con una serie de obras que son referentes para el estudio del reinado del último Habsburgo, tanto desde el punto de vista cortesano, como el político y el diplomático[15].
También los hispanistas anglosajones parecen haber seguido esta corriente de dignifcar el último acto de la vida de Carlos II, entre ellos cabe citar a Henry Kamen[16], Robert Stradling[17], Christopher Storrs[18]. o a John Elliott que en su obra publicada en 1963 llega a afirmar que “en su lecho de muerte, con una dignidad que nunca había mostrado en vida aquella desgraciada y deforme criatura, el último rey de la Casa de Austria insistió en que su última voluntad debía cumplirse”[19].
El testamento de Felipe IV había determinado qué en caso de extinción de la línea dinástica masculina española, la sucesión debería corresponder a los descendientes de su hija Margarita, quien se convirtió en emperatriz en 1666, y si no los hubiere, del que iba a ser su esposo Leopoldo I, el emperador. La temprana muerte de Margarita en 1673 no impidió que diera una hija a Leopoldo, la archiduquesa María Antonia, que sería la receptora de los derechos de la familia Habsburgo.

La infanta Margarita, esposa de Leopoldo I, hermana de Carlos II, madre de
la electriz de Baviera Maria Antonia y abuela de Jose Fernando de Baviera, por Jan Thomas.
La archiduquesa Margarita y Carlos II eran hermanos de padre y madre pero tenían otra hermana tan solo por la vía paterna, María Teresa fruto del primer matrimonio de Felipe IV con la francesa Isabel de Borbón. María Teresa era, por tanto, la hermana mayor y sus derechos deberían prevalecer ante los de Margarita en una posible sucesión. Este fue el argumento que su esposo, Luis XIV, utilizó para reclamar la prioridad de su familia en la querella sucesoria. Sin embargo, la posición del rey Sol se olvidó de tener en cuenta que María Teresa había renunciado a sus derechos al trono hispano, precisamente, al casarse con el monarca francés[20]. Profundicemos en el impacto de este matrimonio y en lo importante de la renuncia que Luis XIV nunca quiso tener en cuenta.

La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) había comenzado a debilitar el poderío de la Monarquía Hispánica mientras que la Francia borbónica se erigía en la gran potencia expansionista de Europa. Tras la paz de Westfalia (1648) Francia y los Austria de Madrid continuaron batallando hasta alcanzar un acuerdo de paz conocido como la Paz de los Pirineos firmado en la Isla de los Faisanes en septiembre de 1659. El acuerdo, además de las compensaciones territoriales, incluía unir en matrimonio a Luis XIV con la infanta española María Teresa, hija, como ya hemos dicho, de Felipe IV e Isabel de Borbón, Carlos II y Margarita fueron fruto del posterior matrimonio de Felipe IV con Mariana de Austria. Pero el acuerdo matrimonial incluía dos clausulas importantes: en primer lugar, la infanta renunciaba a sus derechos al trono de su padre y, en segundo lugar, se acordaba una dote de medio millón de escudos que debería recibir la monarquía francesa.
Dos años después de la firma de la paz de los Pirineos nacía el futuro Carlos II que se convertía en el heredero universal de todos los territorios de su padre. El niño presentaba problemas físicos que hacían dudar de sus posibilidades de llegar a la edad adulta. Si el príncipe no llegaba a la mayoría de edad podía plantarse un debate sucesorio y una grave alteración del mapa político y diplomático europeo ya que, pese al deterioro del poderío hispano, la monarquía de Felipe IV continuaba siendo un inmenso Imperio, que si quedaba en su integridad controlado por otra potencia, colocaría a esta en un plano hegemónico difícilmente soportable para el resto de estados.
El rey Planeta, Felipe IV, fallecía en 1665 y el Imperio hispano era heredado por su hijo menor, Carlos II que sólo contaba con cuatro años de edad y con una salud frágil. Luis XIV no tardó mucho en comenzar una política agresiva contra el rey Habsburgo de Madrid. Argumentando no haber recibido la dote correspondiente por el matrimonio con María Teresa y reclamando derechos sucesorios amparados en el derecho de propiedad local de legislación de Brabante[21], el rey Sol envió a Turena al mando de 72.000 hombres a invadir los Países Bajos, operación llevada a cabo con éxito durante 1667 y 1668 ante una débil resistencia[22]. La amenaza francesa provocó la reacción de suecos, holandeses e ingleses que conformaron la Triple Alianza de La Haya, modelo de coalición contra la política expansionista de Luis XIV[23]. El Borbón sometió Charleroi, Tournai y el Franco Condado. La Liga consiguió, finalmente, que Luis XIV firmara la paz de Aquisgrán (1668) devolviendo el Franco Condado y parte de lo conquistado en Flandes pero mantuvo suficientes plazas para constituir la llamada barrera fronteriza (Armentieres, Lille, Courtroi, Charleroi, Tournoi, Oudenaarde).
Pero en un alarde de cinismo, al mismo tiempo que se negociaba la paz de Aquisgrán, Luis XIV proponía al emperador un tratado secreto para repartirse la Monarquía española ante las limitaciones que parecía mostrar el rey niño y que hacían pensar en una sucesión cercana. Leopoldo el emperador austriaco, perteneciente a la misma dinastía que el rey español, aceptó un acuerdo, qué si bien limitaba mucho las pretensiones iniciales de Francia, no dejaba de suponer la aceptación del Borbón como posible rival en la pretensión al trono de los Austria españoles. El tratado, conocido también como Tratado de Gremoville -nombre del embajador plenipotenciario francés que negoció con el Imperio- se mantuvo en secreto; otorgaba al Rey francés Nápoles, Sicilia, los Países Bajos, el Franco Condado y Filipinas. La planta peninsular se rompía con la incorporación de Navarra y Roses a también a Francia. Milán, Nápoles y el Franco Condado fueron los enclaves principales de litigio.
El emperador deseaba Italia por encima de España y América; la escasa tradición marítima del Imperio hacía de las Indias un botín de escaso interés[24]. Leopoldo I y Luis XIV mercadeaban y negociaban con los territorios, planteandose desgajar Cataluña, separar las Baleares o partir Italia sin contar con la opinión española o italiana, además no planeaban mantener un rey independiente en el trono español, sino que pretendían adjudicarse en propiedad los territorios del Imperio hispano. El reparto del poder tenía en poca consideración conceptos como la equidad, el respeto a la soberanía o la igualdad, pero podía suponer un aceptable reparto de pesos en la nueva balanza del poder que querían constituir en Europa para garantizar la paz, a la que se apelaba como principio superior[25].
Repasemos como se ninguneó el valor del testamento de Felipe IV y como el emperador y del Rey Sol urdieron un posible desmantelamiento del estado de los Austria.
En primer lugar, la sucesión española había quedado definida en el testamento de Felipe IV de manera que su heredero iba a ser Carlos II pero si se agotara la línea sucesoria en su hijo, los derechos debían ser depositados en su hija Margarita, ya que, la mayor, María Teresa, nacida de su primer matrimonio había renunciado a sus derechos al trono al casarse con Luis XIV[26]. El tercer lugar del orden sucesorio que estableció Felipe IV lo ocuparían los descendientes de su hermana María, casada con el anterior emperador, Fernando III. Esta estipulación colocaba al emperador Leopoldo, hijo de María y Fernando III, sobrino de Felipe IV y primo de Carlos II en la línea sucesoria. Esta cláusula no era un planteamiento original del rey Planeta, sino que ya había sido expuesta por el emperador Carlos V en 1556 en el acta de abdicación. Había sido renovada en 1617 y en virtud de ella, si la rama mayor de los Habsburgo, los Austria españoles, se extinguía, la rama menor, los Habsburgo austriacos, heredaría todos sus dominios[27]. No cabe duda de que en virtud de esta clausula firmada por el emperador Carlos V hacía más de un siglo, la herencia de las posesiones de los Austria estaba claramente vinculada a sus familiares de Viena y no deja de ser sorprendente que Leopoldo no cerrara su postura en torno a este argumento.
En segundo lugar, la Guerra de Devolución (1667-1668) suponía la primera muestra de lo que iba a ser la política de Luis XIV a nivel internacional y una muestra de cuál sería su respuesta ante las querellas con otros soberanos, hacer valer la fuerza de su ejército y retorcer los argumentos diplomáticos siempre en su favor. En este caso se produjo la invasión del territorio reclamado y unilateralmente negó la validez de la renuncia de María Teresa a sus derechos dinásticos[28] al trono español.
El acuerdo con Leopoldo suponía que el emperador aceptaba la presencia de Luis XIV como aspirante a la sucesión española[29] en un momento en que Austria partía con gran ventaja gracias al testamento de Felipe IV, ventaja que aumentaba, si cabe, con la renuncia de María Teresa y con la cláusula de Carlos V. Este tratado puede mostrar la astucia de Luis XIV para recomponer la validez de sus derechos en el plano internacional pero no es muy comprensible la actitud austriaca al respecto, la única explicación que encuentro es que el emperador podía verse presionado por la guerra que sostenía en Flandes y no se sentía capaz de abrir otro frente, en este caso con la poderosa Francia, por lo que trató de evitar un conflicto abierto con Luis XIV. Esta posición ha sido en ocasiones tratada como deslealtad hacia su familia española[30] y en mi humilde opinión, así debe considerarse.
Pero este intento de alianza secreta diplomática fracasó. Luis XIV dio un paso más en su política expansiva y trató de conseguir un reparto más favorable aun a sus intereses de los Países Bajos españoles, pretendiendo lograr objetivos más allá de lo que había firmado en Aquisgrán y para ello necesitaba conseguir el apoyo de las Provincias Unidas. Al no encontrarlo, optó por un ataque a Holanda que llevó a sus ejércitos hasta Utrecht. Leopoldo hubo de involucrarse en una nueva coalición contra Francia que iba a romper sus relaciones con Luis XIV: la Gran Alianza de La Haya. Los disturbios producidos en Amsterdam propiciaron el acceso al poder de las Provincias Unidas de Guillermo de Orange que se mostraba como un decidido opositor al expansionismo francés. Los acuerdos entre Francia y Austria quedaban desde ese momento en suspenso por lo que el tratado secreto de 1668 no tenía validez ante las diferencias entre el emperador y el rey Sol surgidas en Flandes y Holanda.
Pero en el desarrollo de este conflicto aparece un hecho que también determinará la composición de las futuras alianzas; Guillermo de Orange se casaba con María, hija de Jacobo II de Inglaterra. El acercamiento anglo-holandés provocó que Francia se inclinara en esta ocasión hacia la paz y firmara la paz de Nimega en 1679. Este acuerdo, no muy negativo para Holanda que recobraba Maastrich, otorgaba a Francia el Franco Condado a costa de España que veía como su debilidad la convertía, de nuevo, en el objetivo de la codicia y la ambición de las demás potencias, quedando patente su pérdida de reputación[31]. Este mismo año Carlos II contraía matrimonio con María Luisa de Orleans, el rey había superado la adolescencia y por el momento la cuestión sucesoria pasaba a un segundo plano.
Tras Nimega dio inicio el llamado Periodo de las reuniones, momento en el que Luis XIV alcanzó el cénit de su hegemonía que fue efectivamente ratificada con la tregua de Ratisbona de 1684. En esta ocasión la Monarquía española tenía que ceder el gran Ducado de Luxemburgo a Luis XIV recibiendo como compensación la salida de los franceses de las localidades de Courtrai y Dixmuda que habían ocupado previamente.
Pero la expulsión de los hugonotes de Francia provocó un gran rechazo a la política del Rey Sol entre las potencias protestantes. El desencadenamiento de la Revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra -que deponía al rey Estuardo para entronizar a su hija María y Guillermo de Orange- y, el triunfo de Leopoldo frente a los turcos[32], creaban un nuevo ambiente político en Europa que iba a facilitar la creación de una nueva alianza contra los insaciables anhelos hegemónicos de Luis XIV. La Gran Alianza, nombre que adoptaba la pretérita Liga de Augsburgo al incorporarse a ella la Inglaterra de Guillermo de Orange, trataría ahora de detener a las tropas francesas. Esta vez la causa del conflicto fue la invasión francesa del Palatinado en 1688 que puso fin a la Tregua de Ratisbona que había sido firmada por un plazo de 20 años; una vez más, de manera unilateral, Francia actuaba sin respetar acuerdos ni tratados y trataba de anexionarse los territorios ribereños del Rhin.
Este conflicto conocido como la Guerra de los Nueve años, la Guerra de la Liga de Augsburgo, la Guerra del Palatinado, también, la Guerra del Rey Gullermo, iba a desarrollarse tanto en Europa como en los territorios americanos y, en mi opinión, supuso un cambio de tendencia en la política europea. El poder francés se vio poderosamente replicado por una alianza del resto de potencias que se enfrentaron a él en tierra y en los mares de manera que por primera vez bajo el reinado de Luis XIV Francia no resultó claramente vencedora.
Poco después de comenzar la guerra, en 1689, se produjo la muerte de María Luisa de Orleans que no había engendrado heredero del rey Carlos. El Habsburgo se acercaba a la treintena, aún no tenía un heredero y no había redactado testamento. En este momento los derechos dinásticos recaían en la descendencia de Margarita, la hermana de Carlos II. La infanta, casada con el emperador Leopoldo I, murió muy joven (a los veintiún años) pero antes dio a luz a cuatro hijos. Precisamente las complicaciones del último de estos partos acabaron con su vida[33]. El primero de estos hijos Fernando Wenceslao falleció en su primer año de vida. La segunda fue la infanta María Antonia, en quien recayeron los derechos dinásticos de los Habsburgo españoles al morir su madre. Los dos menores, un hijo y una hija, fallecieron también siendo bebés como el mayor.

Benjamin Blok. Kunsthistorisches Museum Viena.
Por tanto, al inicio de la Guerra de los Nueve Años (1689-1697) y en el momento de celebrarse el segundo matrimonio de Carlos II, esta vez con Mariana de Neoburgo, siguiendo el testamento de Felipe IV, la infanta María Antonia ocupaba la segunda posición en la línea sucesoria de la Monarquía española. Luis XIV no estaba de acuerdo con esta apreciación ya que no aceptaba la validez de la renuncia de su esposa María Teresa, que era mayor que Margarita, la madre de María Antonia, y por tanto debía precederla en la línea sucesoria. Luis XIV no reconocía la disposición del testamento de Felipe IV que explícitamente invocaba la renuncia de María Teresa y en cambio trataba de ampararse en las teorías de sus propios juristas que negaban la validez de dicha renuncia.
Mariana de Neoburgo, la nueva esposa de Carlos II, era hermana de la Emperatriz Leonor con quien Leopoldo se había casado en segundas nupcias tras la muerte de Margarita de Austria. Los Neoburgo eran la dinastía que gobernaba el Palatinado por tanto rivales, también, de Francia, muy especialmente en este momento en que Luis XIV había invadido su territorio. El hecho de casar a la cuñada del emperador con el rey de España proporcionaba a los Habsburgo de Viena una capacidad de influencia sobre Carlos II que, al menos en un primer momento, podía considerarse una ventaja desmesurada, otra más, sobre su rival francés. Este era el escenario con el que daba inicio la última década del siglo XVII. Y por el momento aquí nos detenemos.
[1] Así se plantea en RIBOT, L.; “El rey ante el espejo. Historia y memoria de Carlos II” en RIBOT, L. (dir.) Carlos II el rey y su entorno cortesano. Madrid, 2009, p.13, donde se resumen las medidas económicas tomadas y se valora la labor de ministros como Medinaceli u Oropesa. ANDRÉS UCENDO, J.I. y LANZA GARCÍA, R.; “Presentación. Hacienda y economía en la Castilla del siglo XVII” en Studia histórica, Historia Moderna, 32, 2010. Este artículo repasa el estado de la cuestión acerca de la Historia económica de Castilla del siglo XVII citando tanto a autores tradicionales como los trabajos más recientes de investigaciones referentes a la materia. YUN CASTILLA, B.; “Del Centro a la Periferia: La economía española bajo Carlos II” en Studia histórica, Historia moderna, 20. Salamanca, 1999, p.p.45-75. SÁNCHEZ BELÉN, J.A.; La política fiscal en Castilla durante el reinado de Carlos II. Madrid, 1996. FONT DE VILLANUEVA, C.; “La estabilización monetaria de 1680-1686. Pensamiento y política económica” en Estudios de Historia Económica nº 58. Banco de España, Madrid, 2008.
[2] FERNÁNDEZ NADAL, M.C.; La política exterior de la monarquía de Carlos II. El consejo de Estado y la Embajada de Londres. 1665-1700. Gijón, 2009. La sucesión de crisis y guerras frente a Luis XIV y el componente cada vez mayor de búsqueda de beneficio y poder en STRADLING, R.A.; Europa y el declive de la estructura imperial española. Capítulo IV. Madrid. 1983, p.p. 191-228
[3] RIBOT, L.; “El rey ante el espejo. Historia y memoria de Carlos II” en RIBOT, L. (Dir.); El arte de gobernar, Centro de Estudios Europa Hispánica, 2009. Cita 65, p.40, BACALLAR Y SANNA, V.; Comentarios a la guerra de España e historia de su rey Felipe V el Animoso, desde el principio de su reinado hasta la paz general del año 1725. Cita 66, BELANDO, N.; Historia civil de España, ucesos de la guerra y tratados de paz, desde el año de mil setecientos hasta el de mil setecientos y treinta y tres.
[4] ISLA, J.F. de; Compendio de la Historia de España, vol. II, p.p.352.363
[5] CADALSO, J.; Defensa de la nación española contra la Carta Persiana LXXVIII de Montesquieu. Tolouse, 1979, p.p. 9-10
[6] VOLTAIRE; El siglo de Luis XIV. Edición del Fondo de Cultura Económico de México, 1974, p.126; obtenido en el Portal Librodot. El autor hace referencia a la Memorias del Marqués de Torcy. En este mismo sentido se manifestaría más adelante Carlos Mendoza señalando que Carlos II no sabía ni donde estaban ni a quien pertenecían Namur o Mons.
[7] Ídem., p.44, citas 86, 90 y 91 referentes a las obras de M. MORAYTA, ORODEA E IBARRA y CARLOS MENDOZA.
[8] JUDERÍAS Y LOYOT, J.; España en tiempo de Carlos II el Hechizado. Pamplona 2011, p.6. Esta edición está basada en el texto publicado en Madrid en 1912 por la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, p.6
[9] Ídem., p.252
[10] PFANDL, L.; Carlos II. Madrid 1947, p.p. 385-392
[11] MAURA Y GAMAZO, G.; Carlos II y su Corte. Tomos I y II publicados en Madrid entre 1911 y 1915
[12]La edición utilizada es MAURA Y GAMAZO, G.; Vida y reinado de Carlos II. Aguilar, S.A.; Madrid 1990.
[13] REGLÁ, J.; “ Los Austrias. Imperio español en América” en Historia de España y América: imperio, aristocracia, absolutismo. Volumen 3. Barcelona, 1958.
[14] La postura más cercana a la de Maura puede leerse en DOMÍNGUEZ ORTIZ, A.; “Introducción al testamento de Carlos II” en El Testamento de Carlos II. Madrid, 1982.
[15] RIBOT, L.; El arte de gobernar. Estudios sobre la España de los Austrias. Madrid, 2006; la obra colectiva por él dirigida Carlos II, el rey y su entorno cortesano. Madrid, 2009; la, también obra colectiva, editada junto a IÑURRITEGUI, J.M.; Europa y los tratados de reparto de la Monarquía de España, 1668-1700. Madrid, 2016 y su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia, Orígenes políticos del Testamento de Carlos II. La gestación del cambio dinástico en España. Madrid, 2010.
[16] KAMEN, H.; La España de Carlos II. Barcelona 1981.
[17] STRADLING, R.; Europa y el declive de la estructura imperial española. Madrid, 1983.
[18] STORRS, C.; The resilience of the Spanish Monarchy, 1665-1700, Oxford University Press, 2006, traducido al español como La resistencia de la Monarquía española, 1665-1700, Madrid, 2013. Ha sido traducido el término “resilience” como “resistencia”, algo que no es del todo correcto.
[19] ELLIOTT, J.H.; La España Imperial (1ª edición 1963). Barcelona 1996, p.407.
[20] Una breve pero clarificadora exposición de los derechos dinásticos de las infantas y de sus respectivas renuncias se puede encontrar en RIBOT, L.; El Arte de gobernar. Estudios sobre la España de los Austrias. Madrid, 2006, p.p.228-230.
[21] Luis XIV se acogió a la norma de Brabante según la cual el territorio de los Países Bajos debía ser heredado por descendientes nacidos en el primer matrimonio de Felipe IV y no del segundo. De esta manera María Teresa, hija de Felipe IV y su primera esposa, Isabel de Borbón, se convertiría en la heredera de los Países Bajos en lugar de Carlos II. El término derecho de propiedad local se utiliza en MUNCK, T.; La Europa del siglo XVII. Madrid, 1994, p. 471.
[22] Para la política internacional de Luis XIV: BLACK, J.; From Louis XIV to Napoleon. The fate of a great power. Taylor & Francis Group, p.p. 33-69; en concreto para esta fase, p.p. 38-41
[23] HERRERO SÁNCHEZ, M.; “La Guerra de Sucesión en su dimensión internacional: antecedentes, continuidades y modelos en conflicto” en TORRES ARCE, M. y TRUCHUELO GARCÍA, S.; Europa en torno…op.cit., p.39
[24] Para el análisis del tratado de 1668, RIBOT, L.; “Los tratados de reparto de la Monarquía de España. Entre los derechos hereditarios y el equilibrio europeo” en Europa y los tratados…,op.cit.,p.p.31-35
[25]RIBOT, L.; “Los tratados de reparto” en Europa y los tratados…,op.cit.,p.39. La oposición a esa teoría del equilibrio y la consideración de la misma como una máscara, una excusa para la usurpación de la soberanía aparecen relatadas en IÑIRRUTEGUI, J.M.; “Pérdida de España. Ciencia de reparticiones y crisis de soberanía” en Europa y los tratados…op.cit., p.p.147-171
[26] Una exposición muy clarificadora de los derechos de los hijos del emperador y de la superioridad, mínima, pero existente, de los nietos de Luis XIV en RIBOT, L.; El arte de…,op.cit.,p.p. 228-230
[27] RIBOT, L.; Orígenes políticos…,op.cit., p.24
[28] Un estudio sobre este conflicto, RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, A.J.; España, Flandes y la Guerra de Devolución. Madrid, 2007
[29] KAMPMANN, C.; “Leopoldo I: La política imperial, los derechos dinásticos y la sucesión española” en Europa y los tratados…op.cit., p.179
[30] En esta línea GUERRERO VILLAR, J.; El tratado de Paz…, op.cit., p.61
[31] STRADLING, R.A.; Europa y el declive de la estructura imperial española, 1580-1720. Madrid, 1983, p.218.
[32] Leopoldo consiguió expulsar a los otomanos de Hungría y Transilvania en los últimos años de la década de 1680 aunque la nueva situación no quedó ratificada hasta la firma de la Paz de Karlowitz de 1699.
[33] MARTÍNEZ LÓPEZ, R.; “La legítima sucesora: el uso político de la imagen de la infanta Margarita de Austria (1665-1673)” en RODRÍGUEZ MOYA, I. y FERNÁNDEZ VALLE, M.A. (eds.); Iberoamérica en perspectiva artística: transferencias culturales y devocionales. 2016, p.p 339-359