Para que nunca se pusiera el Sol. La agregación de Portugal a la Monarquía Hispánica, 1581.

Tras la toma de Toledo en 1085, Alfonso VI comenzó a tomar decisiones referentes al proceso de sucesión en sus diferentes reinos. En ese momento sólo tenía una hija legítima, Urraca y dos bastardas, Elvira y Teresa.

Concertó el matrimonio de Urraca con Raimundo de Borgoña y los de sus hijas ilegítimas con otros dos nobles extranjeros, uno de Aquitania y otro, también, borgoñón. Elvira se casó con Raimundo de Toulouse y Teresa con Enrique de Borgoña, primo de Raimundo, el ya mencionado noble elegido como esposo para la heredera legítima, Urraca.

Los borgoñones pudieron llegar a establecer una alianza y alcanzaron ciertos acuerdos para repartirse el poder en un hipotético futuro en el que Alfonso VI muriera sin dejar descendencia masculina. Ante esta coyuntura el rey leonés decidió provocar fisuras en esta alianza entre sus yernos legítimos e ilegítimos y otorgó a Enrique el gobierno del Condado de Portugal, que hasta entonces había estado unido a Galicia. Enrique, casado con una princesa bastarda, entendería que las posibilidades de alcanzar el control de ese territorio de manera legal, podía ser mucho más rentable para sus intereses que una alianza en la que todo el poder fuera a parar a manos de Urraca, la única heredera legítima. De esta forma Enrique y Teresa comenzaban a distanciarse de Urraca y Raimundo de Borgoña acariciando la idea de gobernar en un futuro el territorio portugués. La jugada de Alfonso VI tendría consecuencias de dimensiones no imaginadas en el siglo XI. 

Esta es la más remota referencia que encuentran los historiadores portugueses para referirse al nacimiento de Portugal.

Los conflictos que siguieron a la muerte de Alfonso VI, las luchas en Galicia, el matrimonio de Urraca en segundas nupcias con Alfonso I de Aragón, el Batallador y la coronación de Alfonso VII como Emperador, abrieron demasiados frentes en los territorios y reinos ibéricos lo que posibilitó la independencia de Portugal.

Alfonso Enríquez, hijo de Enrique y Teresa sostuvo una dura pugna con su primo Alfonso VII, hijo de Urraca y Raimundo hasta que fue reconocido rey de Portugal. Este reconocimiento producido en 1143 se producía a la vez que el rey portugués ofrecía homenaje a Alfonso VII como Emperador. Esta manera de “independizarse” calmaba las pretensiones del leonés que conseguía mantener a Portugal bajo su Imperio. Pero poco después el portugués se proclamaba vasallo del pontificado en detrimento del monarca leonés que perdía así cualquier tipo de derecho en Portugal.

El Acuerdo de Lérez de 1165 supuso el reconocimiento de Portugal por parte de Fernando II. Portugal comenzaba a formar parte del juego de alianzas, deslealtades y conflictos que vivieron los territorios de la Península durante tres siglos y medio en sus avances hacia la derrota del Islam y culminados con la toma de Granada en 1492 y la anexión de Navarra en 1512 tras la invasión de Fernando el Católico.

Por tanto, la primera conclusión a la que podemos llegar es que el Portugal independiente nace como fruto de un movimiento político del Rey de León que separa el territorio luso de Galicia. Lo que debería haber evolucionado como un condado dependiente de León se convirtió en un reino independiente debido a las tremendas alteraciones del siglo XII en la península.

No obstante Alfonso VII no abandonó la intención de mantener Portugal bajo el mismo imperio que el resto de reinos peninsulares y fue la traición de su primo entregando el reino al Papa lo que impidió que esa idea siguiera adelante.

La intención de mantener Portugal en un imperio hispánico ya había sido un objetivo del medieval Reino de León.

La unión, una posibilidad que nunca se abandonó desde el lado castellano.

Portugal continuó siendo un reino independiente a pesar de los continuos matrimonios entre las casas reinantes en Castilla y Portugal que nunca terminaron de cristalizar en una unión dinástica definitiva.

Podemos iniciar el análisis de la influencia que las políticas matrimoniales y las negociaciones diplomáticas tuvieron en la creación del cuerpo de argumentos, a favor y en contra, referentes a la posible unión de Portugal a la Monarquía Hispánica en las décadas finales del Siglo XV

El matrimonio de los Reyes Católicos facilitó la unión de la Corona de Castilla con la de Aragón en un modelo de monarquía compuesta[1], en el que los territorios que conformaban la Corona de Aragón continuaron manteniendo sus particularidades y sus instituciones, diferentes de las de Castilla. La unión no implicaba la supremacía de unos territorios sobre otros.

Mientras tanto el territorio occidental de la Península había entronizado a la dinastía de Avís en 1385 tras la Batalla de Aljubarrota producida por la pretensión de Beatriz, esposa de Juan I de Castilla, de alcanzar el trono tras la muerte de su padre Fernando I de Portugal. Pero los portugueses rechazaron a Beatriz por estar casada con un castellano. Pensaron que esto podría suponer que Portugal, prácticamente, se convirtiera en una provincia de Castilla. Aclamaron a Joao I, hermano bastardo del fallecido, como Rey de Portugal y acabaron con las aspiraciones castellanas.

Esta dinastía, que gobernaría durante casi un siglo, llegó a su fin el 31 de enero de 1580 tras la muerte de Don Enrique quien no consiguió durante su breve reinado establecer una sucesión para el reino.  Desde la aclamación de Joao I hasta que Felipe II tomó el poder, Portugal dio sólidos pasos en la conformación de un imperio ultramarino que comenzaron en 1415 con la conquista de Ceuta de la mano de Enrique el navegante, hijo de Joao I y hermano de Eduardo I de Portugal.

 Pronto daría comienzo la rivalidad con Castilla por el dominio de los mares.  El Tratado de Alcaçovas supuso un acuerdo para repartir el mundo descubierto y el mundo por descubrir, y, además, supuso el compromiso de la Infanta Isabel de Aragón, hija de los Reyes Católicos, con Alfonso, único hijo superviviente de Juan II y heredero al trono de Portugal. La muerte de Alfonso devolvió a la Infanta a tierras castellanas, pero sus padres tratando de estrechar lazos con la corona vecina consiguieron que retornara a Portugal para casarse con Manuel I “el Afortunado” primo de su primer marido y nuevo Rey de Portugal. De este matrimonio nació Miguel y en este trance falleció Isabel.

El Príncipe Juan heredero de los Reyes Católicos había muerto en 1497 por lo que Miguel fue jurado como heredero, primero de Castilla y de Aragón, y posteriormente de Portugal el 7 de marzo de 1499, al ser el hijo de la mayor de las hijas de Isabel y Fernando. Este niño encarnaba la posibilidad de una futura unión entre portugueses, castellanos y aragoneses. Esta política matrimonial era una prueba de que la creación de una entidad política fuerte en la península y la expansión ultramarina eran dos objetivos compartidos[2] por los Avís y los Austrias. Los acuerdos a los que llegaron ambos reinos para delimitar las atribuciones futuras de Miguel en cada territorio, cuando parecía que un príncipe portugués iba a heredar la Corona de Castilla[3], fueron un antecedente y referente para las concesiones de Felipe II ante las Cortes de Tomar.

La rivalidad con Castilla debido a la competencia ultramarina y las continuas disputas e injerencias de los monarcas en los conflictos políticos de sus vecinos no pueden quedar al margen del análisis de lo sucedido en 1581.

El proceso legal y jurídico

La prematura muerte de Miguel impidió esta unión de los reinos bajo el gobierno de un solo soberano. Pero la política matrimonial lejos de abandonarse se intensificó. El Emperador Carlos V contrajo matrimonio con su prima Isabel de Portugal, hija de Manuel “el Afortunado” y hermana de Juan III de Portugal, quien a su vez se había casado con Catalina, hermana de Carlos V. El heredero de Juan III, Juan, se casó también con una infanta de la Casa de Austria, Juana, hermana de Felipe II y pese a morir muy joven dejó como heredero a un niño, Sebastián, futuro rey y protagonista en la batalla de Alcazarquivir. Cuando Sebastián acometió esta empresa a pesar de los intentos de su tío Felipe II por disuadirle, no había engendrado descendencia, por lo que su muerte abriría un conflicto sucesorio. Aún quedaba un pariente vivo de la línea de Juan III, el Cardenal Henrique. La salud de quien sería posteriormente proclamado nuevo rey de Portugal era ya muy frágil y su edad, demasiado avanzada[4]. Pese a ello trató de obtener una bula del Papa Gregorio XIII que le permitiera abandonar sus votos religiosos para contraer matrimonio y conseguir un Príncipe para Portugal. Pero Roma en este momento encontraba en Felipe II a su más firme aliado. Felipe II había participado en el triunfo sobre los turcos en Lepanto e influido concretamente en la  elección de Gregorio XIII como sucesor de Pio V en la Silla de San Pedro. El Rey Prudente consiguió que el Papa, su aliado, no facilitara la bula a Henrique y comenzó su presión diplomática. El Cardenal nombró una Junta de cinco regentes, juristas,  que se encargarían de decidir un sucesor si él no conseguía desentrañar antes de fallecer el conflicto legal que se iba a plantear entre los posibles sucesores. Esta medida no ha de pasar desapercibida ya que de esta forma evitó que las Cortes fueran las depositarias de la elección del monarca y esta institución con una abundante participación de los “conselhos”, más de una centena de procuradores, se hubiera podido enfrentar a los representantes de los dos estados privilegiados[5] y en su ánimo podría sin duda prevalecer la intención de aclamar a un rey portugués y no a uno castellano.

Felipe II no escatimó esfuerzos, ni tropas, ni dinero para afianzar su posición. Ante las dudas de Henrique y la composición de la nueva junta de juristas que habría de decidir, actuó en tres direcciones diferentes: Movilizó un ejército bajo mando del Duque de Alba que se dirigió a la frontera; nombró a Cristobal Moura para que ayudase al Duque de Osuna, Pedro Tellez-Girón y de la Cueva (embajador en Portugal), como delegado de las negociaciones para influir en el ánimo del pueblo e instituciones portuguesas  y, por último, pagó los rescates de los nobles que se encontraban prisioneros del sultán tras la tremenda derrota de Alcazarquivir. Entre estos nobles se encontraba el Prior de Crato, quien se convertiría en su más duro rival por el trono.

Prior de Crato

El monarca católico no permitió tampoco que se cuestionara su legitimidad. Encomendó a eruditos de la Universidad de Alcalá de Henares la investigación de sus derechos hereditarios frente a las pretensiones de Catalina de Braganza, la regente francesa Catalina de Medicis, Manuel Filiberto de Saboya y el mencionado Antonio de Crato. La forma de establecer la sucesión no parecía dejar lugar a dudas de que era Felipe el candidato más idóneo en lo que a la línea familiar respecta, ya que, su madre, Isabel, era mayor que Beatriz, madre de Manuel Filiberto de Saboya. Catalina de Braganza argumentaba que ella procedía de un hijo varón de Manuel el Afortunado, Don Duarte, pero éste nació fruto del segundo matrimonio del Afortunado y también era más joven que Isabel.

Pero fue el Prior de Crato quien se convirtió en el verdadero oponente a Felipe II gracias al apoyo mayoritario del pueblo portugués. Hijo de Luis de Crato, había nacido fruto de una relación ilegítima, lo que le impedía convertirse en rey por su condición de bastardo. Él trató de demostrar que no era bastardo sino “natural”, es decir, nacido fuera de un matrimonio que posteriormente sí que se produciría entre sus padres. Además, argumentaba que no debía olvidarse que la dinastía hasta entonces reinante había comenzado con un bastardo real. Aprovechó el apoyo popular para proclamarse rey en junio de 1580 lo que desató la invasión del ejército del Duque de Alba y el triunfo de la fuerza de Felipe II.

La reacción de los procuradores.

Felipe II trató de agradar y atraerse a los nobles lusos desde el primer momento. Además de pagar el rescate de gran parte de la nobleza que cayó prisionera tras el desastre de Alcazarquivir, llegó a ofrecer el título de virrey a Antonio de Crato a quien se le concedería, además, una Encomienda de la Orden de San Juan. También concedería a los nobles portugueses la posibilidad de pertenecer a las Órdenes Militares de Santiago, Alcántara y Calatrava, de hecho se planteaba conceder encomiendas vacantes de estas órdenes a nobles portugueses[6].

Pero sus dotes de persuasión no se centraron sólo en la nobleza y los privilegiados. Trató de conseguir que Enrique le nombrara su heredero en vida pero sólo consiguió que el Rey creara una junta de cinco gobernadores, – José de Almeida, Joao Telo de Meneses, Joao de Mascarenhas, Francisco Sa de Meneses y Diego Lopes de Sousa-, que dirigieran el reino y decidieran quién era el candidato ideal.  Felipe II estaba convencido de que la pérdida o ganancia de Portugal sería ganar o perder el mundo[7], de manera que preparó la vía militar a través del mencionado ejército del Duque de Alba y la flota de Don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, en previsión de que esta Junta no optase por su candidatura. A las dudas se añadía la opinión de Cristóbal de Moura, que se esforzó en hacer ver al Rey Prudente la gran dificultad que conllevaba convencer al pueblo portugués de las bondades de aceptar una agregación de coronas en la figura de Felipe II.

La primera reacción que encontró por parte de los procuradores fue desalentadora,  manifestaban que no eran partidarios de un rey incapaz de cuidar de sus propios estados, poniendo como ejemplo la que pudo ser una  posible pérdida de Granada por el conflicto con los moriscos y el mal gobierno ejercido en Flandes, que, según ellos, era una auténtica tiranía. No estaban dispuestos a compartir la libertad y la obediencia de Portugal con la soberbia y tiranía de Castilla. La perspectiva no era nada halagüeña así que Moura insistió en la posibilidad de la utilización de la fuerza debido a la desconfianza que le producían sus compatriotas, es tan envejecido odio el de este reino con Castilla que, por muchos que se ablanden, siempre ha de haber quien se tenga[8].

Felipe había logrado convencer a tres de los miembros de la Junta y contaba con el beneplácito de una nobleza, -agradecida por la liberación de los prisioneros-, y de las élites eclesiásticas y de los poderosos Jesuitas. Pero el pueblo seguía viendo en Felipe un rey extranjero, y lo que era más difícil de digerir, castellano, con las implicaciones de resentimiento y desconfianza producidas por la competencia imperial y las tensiones dinásticas entre los Avis y los Austrias. No parece por tanto que la política de las dinastías estuviera muy en la línea de la opinión de sus súbditos. Durante décadas ambas casas reinantes habían tratado de unir sus destinos por la vía matrimonial de manera que no parece que la crisis que se iba a abrir por el apoyo del pueblo al candidato portugués se debiera en exclusiva a la naturaleza de extranjero de Felipe II. Los apoyos tenían un elevado grado de intereses económicos. Los privilegiados eran conscientes de los beneficios que podía proporcionarles una asociación con tan poderoso monarca. Los mercaderes y comerciantes aplaudían la posibilidad de integrarse en el comercio castellano y tener acceso a la plata americana que arribaba a Sevilla. Pero lo cierto es que mediado el siglo XVI el deslumbrante imperio portugués iba dejando al descubierto la frágil textura que ocultaba[9]. El país estaba agotado, la economía en continua crisis y riesgo de bancarrota y los gobiernos eran cada vez más incompetentes. El conflicto no reflejaba sólo el rechazo al Rey castellano, sino que mostraba la profunda división que existía en Portugal entre el pueblo llano y sus dirigentes[10] y las clases privilegiadas. Pero los portugueses sentían que si la potencia económica castellana podría servir para revitalizar su reino, también podía acabar por absorberlo. Los representantes de las ciudades proclamaban en las Cortes del 9 de Enero de 1580, poco antes de que el Cardenal falleciera, su apoyo al Prior de Crato; el pueblo y el bajo clero tradicionalmente anti-castellanos[11] se enfrentaban a la decisión final del rey, quien persuadido por Moura, optaba finalmente por favorecer la candidatura de Felipe II en el marco del cumplimiento de un acuerdo que contenía veinticinco puntos.   

El pueblo aclamó al Prior de Crato, por ser el “natural” y para no aceptar el designio de los poderosos a quien ahora veían como traidores. La reacción de las tropas y la flota española pusieron fin al levantamiento, un levantamiento que el Prior trató de recomponer desde las Azores con el apoyo, más o menos camuflado, de franceses e ingleses pero que fue definitivamente aniquilado con la toma de la Isla Terceira.  

Felipe II plenamente convencido de que su legitimidad era incontestable para el resto de los candidatos, finalmente hubo de emplear la fuerza para alcanzar el trono portugués. Se le ha atribuido la frase “lo heredé, lo compré, lo conquisté” como muestra de su orgullo por el triunfo en Portugal. Sin embargo Valladares[12] le otorga un sentido que denota mucha menos satisfacción. A pesar de pagar 400.000 escudos para liberar a los nobles (“lo compró”), de ser el candidato que reunía mayor legitimidad y conseguir el beneplácito mayoritario de la Junta (“lo heredó”), y de haber rendido Lisboa y triunfado en Alcántara (“lo conquistó”), nada de esto hubiera servido para afianzar su gobierno si no hubiese conseguido mantener un cierto equilibrio con los divididos componentes de la sociedad portuguesa. El equilibrio y la aceptación se consiguieron a través de unos acuerdos y compromisos, los pactados por Moura y Enrique, que fueron ratificados en la Cortes de Tomar.

Las Cortes de Tomar

Felipe I de Portugal convocó cortes en Tomar el 19 de Abril de 1581. Allí, en el Convento de la Orden de Cristo juró observar y mantener todas las costumbres del país y fue reconocido como rey legítimo.  Las cortes solicitaron que ratificara los veinticinco artículos que componían el acuerdo al que habían llegado Moura y Enrique por lo que el rey, posteriormente, procedió a redactar la “carta patente” con dichos compromisos. Los acuerdos establecen las condiciones en que Portugal permanecería agregada al imperio español, a la Monarquía Hispánica. Los acuerdos se basaban en los pactados en 1499 ante la posibilidad de que el Príncipe Miguel se convirtiera en rey de Portugal, Castilla y Aragón. El concepto de unión de coronas fue muy similar al seguido en la unión de la Castilla de Isabel y el Aragón de Fernando.

Portugal seguiría siendo regido por sus propias leyes, tradiciones e instituciones. No habría absorción o dominio de Castilla sobre Portugal que seguiría siendo autónomo. Los primeros capítulos del acuerdo se centran en establecer estas normas y oficializar los procedimientos que debían garantizar su cumplimiento.Deberían convocarse las Cortes siempre en Portugal para tratar los asuntos relativos al Reino. En ausencia del rey gobernaría un virrey que habría de ser portugués y de sangre real o una junta de gobernadores, también, portugueses. La ausencia del rey sería contrarrestada por un Consejo de Portugal que acompañaría siempre al Rey y celebraría sus reuniones en idioma portugués. Los cargos administrativos, fiscales y de justicia serían también ocupados por portugueses.  Las guarniciones de soldados también deberían componerse de portugueses.

Felipe que recibió los cargos de gobernador perpetuo  y administrador de las Órdenes de Cristo, San Benito de Avís y Santiago así como el de la más pequeña Orden de San Miguel de Ala[13], se comprometía a no modificar en nada su situación y a que todos los beneficios de las abadías se entregarían a portugueses. Los cargos de Inquisidor y las encomiendas y oficios de las órdenes militares  y en general los asuntos eclesiásticos se otorgarían a portugueses.

En el aspecto económico, financiero y comercial, Portugal conservaba su moneda, las barreras aduaneras entre ambos reinos quedaban suprimidas y no se introducirían tercias, ni subsidios ni excusados. Además el comercio con las Indias y Guinea quedaba en manos de los comerciantes portugueses y el comercio habría de llevarse a cabo a través de navíos lusos. Las finanzas portuguesas se verían aliviadas por la entrega de 300.000 cruzados para solucionar asuntos urgentes y se facilitaba la entrada de pan de Castilla para aprovisionar el Reino de Portugal. Por otra parte se establecía un compromiso para la defensa por parte de la armada de las costas de África, de India y de los ataques corsarios.

El acuerdo afectaba también a cuestiones protocolarias e incluso instaba a la reina a mantener damas y señoras portuguesas a las que favorecería en su tierra y en Castilla. Se pedía que el Rey residiera ordinariamente en Portugal y allí estuviera el máximo tiempo posible.

El contenido de los acuerdos garantizaba la identidad independiente de Portugal y aseguraba que su Imperio permanecería en manos portuguesas. También se impedía que los castellanos fueran admitidos en los órganos de administración portugueses tal y como había sucedido en la unión con Aragón. Granvela aconsejó al rey que pusiera en marcha un nuevo sistema de gobierno en Portugal que modernizara sus instituciones, pero Felipe se negó y se alejó de la posibilidad de fundir las coronas respetando la individualidad jurídica de cada una de ellas[14].  Los autores consultados coinciden en valorar el acuerdo como generoso por parte de Felipe II y respetuoso con las instituciones lusas. Los reinos quedarían unidos bajo una unión personal encarnada en Felipe I de Portugal y Aragón y II de Castilla, siguiendo el modelo empleado por Castilla y Aragón un siglo antes[15]. Pero este modelo de unión ya estaba presentando problemas a la Monarquía, si el Rey de cada territorio lo era a la vez de todos ellos, ¿cómo podría compaginar sus deberes para con uno solo de ellos sin poder aislarlo de sus deberes con todos? La imposibilidad de resolver estos problemas ya había sido una de las causas de la rebelión de los Países Bajos y no había razón alguna para suponer que los portugueses se conformasen con el gobierno de un rey ausente y medio extranjero[16]. El análisis de los resultados de esta unión, de los beneficios económicos que proporcionó o debió proporcionar a determinadas clases sociales y de los conflictos internacionales que pudo provocar no deber realizarse sin tener en cuenta estos aspectos.   

Patriotismo y nacionalismo

La historiografía portuguesa tradicional ha contemplado el gobierno filipino desde una perspectiva nacionalista. El aspecto nacional y el patriotismo han derivado en una visión emocional y poco crítica[17]. La existencia de un sentimiento anti-castellano ha condicionado las opiniones y valoraciones y se ha colocado como el referente ideológico que cimentó un bloque social contestatario que fue el germen de las revueltas de la década de los 30 del siglo XVII.  Sin embargo desde la década de los 50 del pasado siglo, a partir de un estudio de Jaime Cortesao[18], ha comenzado a valorarse el contexto social y económico en el que se desarrolló esta unión personal y los motivos de su fracaso.

La unión de coronas no es exclusivamente una imposición castellana conseguida a través de una victoria militar. El primer asunto determinante del procedimiento es la legitimidad. El Rey Prudente se ocupó de demostrar que su candidatura era la légitima por encima de la de la Casa de Braganza y la del Prior de Crato. Durante el siglo XVI  la importancia de la dinastía, el valor que se atribuía al engrandecimiento de la casa de Austría era trascendental. Los conceptos de imperio y poder prevalecían sobre cualquier otro aspecto de la vida política. Felipe II no podía renunciar de ninguna manera a sentarse en el trono portugués si sus derechos eran legítimos. Pero en su ánimo no se refleja ningún espíritu invasor. Pese a su triunfo jurídico que le legitimaba, trató de congraciarse con el pueblo portugués aceptando sus leyes y costumbres y no imponiendo modos ni personas extranjeras en el gobierno. Su reacción a la rebelión de Antonio de Crato concluyó con un Perdón General que no buscó el revanchismo ni la venganza. Felipe II utilizó el sistema de la monarquía compuesta e integró las instituciones de gobierno en el sistema polisinodial, respetando las cortes y creando el Consejo de Portugal. La imposición y la tiranía no parecen ser los argumentos de la unión. Era un pacto de conveniencia donde ninguna de las partes podía imponer su voluntad sin mediar una negociación[19].

Económicamente la provisión de metales castellana era la gran oportunidad para una economía incapaz de gestionar adecuadamente el comercio con sus colonias debido a la escasez de plata para comerciar en aquellos mercados; en 1569 Portugal había suspendido pagos en Amberes.

Felipe iba a ver como los territorios de su imperio aumentaban extraordinariamente con las posesiones portuguesas en África, Asia y Brasil. Este último territorio podía convertir el Nuevo Mundo de la Monarquía Hispánica en un fenomenal espacio comercial. Felipe prefería mantener los privilegios de los portugueses a imponer prebendas favorables al resto de sus súbditos para conformar un imperio donde no se pusiera el Sol.

Felipe II por Sofonisba Anguisola (Museo del Prado)

Un imperio, demasiados enemigos

Pero si bien Portugal podría beneficiarse de la fortaleza de Felipe que podía proporcionar protección naval a los territorios de ultramar y beneficiar su comercio abasteciendo  de plata con la que comerciar en el lejano Oriente, se iba a encontrar con un serio problema, Spain´s enemies would automatically become Portugal´s enemies once that the two crowns were united[20]. Holanda e Inglaterra que ya actuaban como declarados enemigos de la Monarquía hispánica y de su poder naval e imperial encontraban nuevos objetivos en las posesiones portuguesas. Los beneficios que la unión podía proporcionar tenían como contrapartida la hostilidad de los enemigos de Felipe II y eso también pesó en el ánimo portugués.

Sin embargo esta valoración ha de ser matizada. Portugal ya había comenzado a sufrir los ataques de ingleses y holandeses varias décadas antes. El imperio portugués señalado siempre como emporio comercial alejado de pretensiones territoriales, difícilmente podía haber sido concebido bajo otros parámetros de mayor contenido colonizador, debido a una carencia fundamental de Portugal: la limitación que le imponía su débil demografía. Pero además su economía se resentía al no contar con minas de plata que proporcionaran metal con el que realizar intercambios comerciales en Asia. Ante el desarrollo de la potencia naval de las potencias del Norte de Europa, Portugal apenas podía oponer una resistencia reseñable. El cenit del imperio portugués  fue alcanzado entre 1520 y 1550, en 1581 ya acumulaba décadas de declive. No parece, por tanto, que el inicio de la decadencia de su imperio pueda atribuirse al hecho de heredar los enemigos de su presunta protectora. Portugal ya estaba siendo atacado anteriormente. No se puede achacar a la prohibición a los holandeses e ingleses de acudir a los puertos lusos a abastecerse de sal y pimienta ordenada en 1586 como el detonante de los ataques[21].

En 1570 Portugal ya hubo de abandonar la política monopolística respecto al comercio de las especias. El contrabando aumentaba considerablemente. Los asentamientos comerciales se sentían poco vinculados a Portugal lo que facilitó a los holandeses su implantación en el Sudeste asiático y Oceanía. Las islas de las especias ya eran una fuente de conflicto en la segunda mitad del siglo XVI, en 1575 Ternate, en las Molucas, ya había sido arrebatado a Portugal por los holandeses. Si la unión era la causa de la hostilidad, las Provincias Unidas deberían haber cesado su hostigamiento una vez que Portugal iniciara su proceso de independización. No ocurrió así, Holanda aprovechó los conflictos entre los monarcas y sus súbditos portugueses desde 1640. En 1641 tomaron Malaca, en 1656 Celilán, en 1662 Cananor y en 1663 Cochín. Por su parte los ingleses ya se habían enfrentado con Portugal varias veces en el Golfo de Guinea durante la primera mitad del siglo XVI.

Las ventajas que ofrecía el nuevo imperio eran excepcionales para los reinos. La fachada atlántica de la Península podía convertirse en el referente para un desarrollo imperial conjunto. Granvela aconsejó a Felipe instalar la sede del gobierno en Lisboa desde donde tendría más rápidas referencias de los combates con las potencias marítimas protestantes del norte y desde donde controlaría la evolución de la configuración de la Gran Armada que debía acabar con las intromisiones inglesas. Pero los desacuerdos con su ministro, quien llevaba a cabo el gobierno desde Madrid durante la estancia del rey en Lisboa, y que cada vez contaba con una mayor oposición, hicieron pensar a Felipe que debía abandonar Portugal y retornar a Madrid. Felipe abandonaba Lisboa en Marzo de 1583, en medio de la decepción de los portugueses, para no regresar jamás.

A modo de resumen

El empeño de Felipe II por conseguir un consenso en su coronación como rey de Portugal tenía como objetivo acabar con la hostilidad entre castellanos y portugueses y conseguir que estos últimos se sintieran cómodos en su nueva condición de miembros de una monarquía compuesta. Los nuevos súbditos de Felipe II debían amoldarse a vivir sin un rey que gobernara en exclusiva para ellos y a formar parte un conjunto de reinos unidos por el gobierno de un monarca común. Portugal era un estado más de la Monarquía Hispánica. Esto pudo ser difícil de aceptar por una sociedad que durante siglos había sido tutelada por una monarquía propia. En los acuerdos refrendados en Tomar, esta situación se deslizaba en el ánimo portugués cuando se pedía el compromiso de que el rey residiera en tierras portuguesas y permaneciese en ellas el mayor tiempo posible. Sin embargo, el pueblo portugués parecía verse verdaderamente afectado por las dudas respecto a uno solo de los miembros de la Monarquía, su vecina Castilla. Los portugueses eran fundamentalmente anti-castellanos no anti-aragoneses, ni anti-milaneses o anti-sicilianos. El componente nacionalista y patriota con el que se ha contemplado la agregación de reinos durante siglos parece preocuparse sólo de la posible anexión del territorio portugués por parte de Castilla. El componente de odio o animadversión hacia Castilla es citado recurrentemente en los textos utilizados y ya citados, (Parker, Lynch, Elliott, Valladares, Hespanha). La competencia imperial podía haber aumentado los recelos de ambas potencias, pero lo cierto es que ambos imperios podían considerarse complementarios, uno extractivo con riqueza de metales preciosos que ocupaba amplios territorios, el otro, comercial, demandaba moneda para los intercambios; uno miraba al Oeste y el otro fundamentalmente a Oriente.  La actitud de Felipe II tras la invasión producida tras la insurrección de Antonio de Crato fue de apaciguamiento, difícilmente un monarca del siglo XVI podía hacer más concesiones a un país conquistado. Portugal  seguía siendo gobernado bajo sus leyes y según sus costumbres y no se le iba a someter a los impuestos castellanos. Pero el dinero de Felipe II, recaudado fundamentalmente a través de la política fiscal castellana y del oro y la plata que provenían de América, -del imperio castellano-, iba a servir para paliar las urgentes necesidades de la debilitada economía lusa e iba a permitir el pago del rescate para poner en libertad a lo más granado de la nobleza apresada en Alcazarquivir. Ningún castellano podría ocupar cargo alguno en la administración lusa ni en sus élites eclesiásticas. No permanecerían tropas castellanas en Portugal, un país conquistado, pero la flota de Felipe II protegería los territorios portugueses de ultramar. Felipe II aceptaba todas estas limitaciones a la independencia de los portugueses a cambio de alcanzar la soñada unidad de la Hispania romana, de Iberia y de consolidar un majestuoso imperio.

Sin embargo estas concesiones no fueron suficientes para calmar el ánimo portugués y su desconfianza hacia la agregación. La ausencia de un rey propio y el miedo a que la fortaleza de Castilla acabara por colonizarlos cultural y políticamente mantuvieron la resistencia[22]. Si los privilegiados eran conscientes de los beneficios que la unión personal producía en lo económico y lo comercial, el pueblo llano -alejado de las grandes operaciones comerciales y muy distante de Goa, las Molucas o Brasil- sólo percibía que el rey no era exclusivamente suyo y que, además, era extranjero.  Este argumento será convenientemente utilizado unas décadas después durante los conflictos y la revuelta, al igual que previamente lo fue por parte del Prior de Crato.

Felipe II desatendió el consejo de Granvela y no instaló su capital en Lisboa. El desplazamiento de los intereses de la Monarquía desde el Mediterráneo hacia el Atlántico convertía esa posibilidad en algo a tener muy en cuenta. Si así se hubiera producido, los portugueses hubieran continuado teniendo un rey compartido y, además castellano, pero tal vez la sensación de tenerlo en casa y alejado de la tiránica Castilla, portadora de arrogancia y dominación[23], hubiera permitido a los portugueses sentirse más protegidos. En cualquier caso, de haber tomado esta decisión, catalanes y aragoneses podrían haberse sentido un tanto desamparados al alejarse la corte aún más de sus territorios y sentir como se daba preponderancia al imperio castellano sobre el antiguo imperio aragonés del Mediterráneo. Esto hubiera podido acelerar los conflictos que se iban a desencadenar en el siglo XVII. Además de su pasión por El Escorial, la susceptibilidad de sus súbditos también se encontraba entre las razones de su decisión.

El compromiso adquirido por el Rey Prudente con los portugueses tras las Cortes de Tomar refleja el interés de la Monarquía por integrar a Portugal, ya que las condiciones pactadas eran verdaderamente satisfactorias para los lusos. El hecho de que los portugueses no se sintieran cómodos en esta agregación de reinos no puede ser achacado a un rey que prometió mantener vivas la idiosincrasia y las normas de aquel reino. De hecho la incomodidad sólo comenzó a manifestarse cuando la unión dejó de aportar beneficios tangibles a la economía portuguesa[24] y cuando los gobiernos de Felipe III y Felipe IV comenzaron a mostrar preferencias por el imperio castellano a ojos de los portugueses. Entonces se propagó la opinión de que Madrid consideraba a la América española como su verdadera esposa mientras que la India portuguesa representaba el papel de concubina[25].

Ninguno de los compromisos adquiridos por Felipe II en las Cortes de Tomar ni la generosidad mostrada en todo tipo de negociaciones pudo haber propiciado o servido como desencadenante del posterior desarrollo de los acontecimientos, en especial durante el reinado de su nieto Felipe IV y que condujeron a la independencia de Portugal.    


[1] John Elliott atribuye la acuñación de este término historiográfico  de Monarquía compuesta a Helmut G. Koeninigsberger en elcapítulo I“Una Europa de Monarquías compuestas” de su libro

ELLIOT, J.; en España, Europa y el mundo de ultramar. Taurus,  Madrid, 2010.

[2]VALLADARES, R.; Portugal y la Monarquía Hispánica 1580-1668. Arco Libros, Madrid. 2000, pp. 11-12

[3] ELLIOTT, J.H.;  “The Spanish Monarchy and the kingdom of Portugal, 1480-1640”, en  “Conquest and Consecuence” Edited by Mark Greengrass. Edward Arnold. Londres 1991, p. 51

[4] Además de anciano, Lynch le califica de epilético, indeciso y vengativo, LYNCH. J.; Los Austrias 1516-1700. Editorial Crítica, Barcelona 2010, p. 368. Esta línea sigue también Elliott calificándole de “anciano e irresoluto, no era hombre que pudiera salvar al país en estos momentos de crisis”en ELLIOTT, J.H.; La España imperial. Reimpresion por Vicens Vives, Barcelona 2012, p. 294.

[5] HESPANHA, A.M.; O Governo dos  Áustria e a “Modernizaçao” da Constituicao Politica Portuguesa. Estudos. Fazer e Desfazer Historia, nº 2. 1989, p.52

[6] FERNÁNDEZ COLLADO, A.; Gregorio XIII y Felipe II en la Nunciatura de Felipe Sega, (1577-1581). Seminario Conciliar del Estudio Teológico de San Ildefonso, Toledo 1991. Imprenta Kadmos, Salamanca 1991, p.50.

[7] PARKER, G.; Felipe II. La biografía definitiva. Planeta. Barcelona. 2010, p. 712.

[8] Ídem., p.714

[9] ELLIOTT, J.H.; La España imperial. Reimpresion por Vicens Vives, Barcelona 2012, p. 294.

[10]Durante el reinado de D. Sebastián se registran abundantes quejas y protestas locales motivadas por la política del Rey. Durante la década de 1570 la imagen del rey era objeto de múltiples críticas por parte de sus súbditos, pero los sucesos de Alcazarquivir y sus consecuencias con la apertura del proceso sucesorio han dejado en un segundo plano estas apreciaciones. BOUZA, F.; Felipe II y el Portugal dos povos. Imágenes de esperanza y revuelta. Universidad de Valladolid, 2010, p.27 

[11]Ídem., p.295. También Hespanha habla de un “generalizado e nítido sentimento anticastellano”, HESPANHA, A.M.; O Governo dos  Áustria e a “Modernizaçao” da Constituicao Politica Portuguesa. Estudos. Fazer e Desfazer Historia, nº 2. 1989, p.50

[12]VALLADARES, R.; Portugal y la Monarquía Hispánica 1580-1668. Arco Libros, Madrid. 2000, p15

[13] POSTIGO CASTELLANOS, E.; “Felipe II y las órdenes de caballería” en Felipe II y su tiempo. PEREIRA IGLESIAS, J.L. y GONZÁLEZ BELTRÁN, J.M., (editores). Servicio de publicaciones de la Universidad de Cádiz 1999, p.p. 57-58

[14] VALLADARES, R.; Portugal y la Monarquía Hispánica 1580-1668. Arco Libros, Madrid. 2000, p.12

[15] ELLIOTT, J.H.;  “The Spanish Monarchy and the kingdom of Portugal, 1480-1640”, en  “Conquest and Consecuence” Edited by Mark Greengrass. Edward Arnold. Londres 1991, p. 52

[16] ELLIOTT, J.H.; La España imperial. Reimpresion por Vicens Vives, Barcelona 2012, p. 298

[17] HESPANHA, A.M.; O Governo dos  Áustria e a “Modernizaçao” da Constituicao Politica Portuguesa. Estudos. Fazer e Desfazer Historia, nº 2. 1989, p.50

[18] “A economía da Restauracao”, 1940, citado en HESPANHA, A.M.;  O Governo dos  Áustria e a “Modernizaçao” da Constituicao Politica Portuguesa. Estudos. Fazer e Desfazer Historia, nº 2. 1989, p.50

[19] VALLADARES, R.; Portugal y la Monarquía Hispánica 1580-1668. Arco Libros, Madrid. 2000, p.12

[20] ELLIOTT, J.H.;  “The Spanish Monarchy and the kingdom of Portugal, 1480-1640”, en  “Conquest and Consecuence” Edited by Mark Greengrass. Edward Arnold. Londres 1991, p. 53

[21] VALLADARES, R.; Portugal y la Monarquía Hispánica 1580-1668. Arco Libros, Madrid. 2000, p.28

[22] A este respecto resulta aclaratorio el mito del Quinto Imperio y del “rey encubierto” de tendencias mesiánicas y proféticas recogidos en las Trovas de Gonçalo Anes. Fueron varios los presuntos “sebastianes”, (Ecireira, Penamaçor o Madrigal), que trataron de beneficiarse de la fuerza de esta leyenda para tratar de convertirse en caudillos de la resistencia portuguesa  BOUZA, F.; Felipe II y el Portugal dos povos. Imágenes de esperanza y revuelta. Universidad de Valladolid, 2010, p.p.24-25.   D. Sebastián algún día abandonaría su escondite y liberaría a los portugueses de la opresión castellana. VALLADARES, R.; Portugal y la Monarquía Hispánica 1580-1668. Arco Libros, Madrid. 2000, p.24.

[23] VALLADARES, R.; Portugal y la Monarquía Hispánica 1580-1668. Arco Libros, Madrid. 2000, p.24

[24] ELLIOTT, J.H.; La España imperial. Reimpresion por Vicens Vives, Barcelona 2012, p. 296

[25] VALLADARES, R.; Portugal y la Monarquía Hispánica 1580-1668. Arco Libros, Madrid. 2000, p.28

BIBLIOGRAFÍA

BOUZA, F.; Felipe II y el Portugal dos povos. Imágenes de esperanza y revuelta. Universidad de Valladolid, 2010

ELLIOTT, J.H.;  España, Europa y el mundo de ultramar. Taurus,  Madrid, 2010

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ELLIOTT, J.H.;  “The Spanish Monarchy and the kingdom of Portugal, 1480-1640”, en  “Conquest and Consecuence” Edited by Mark Greengrass. Edward Arnold. Londres, 1991

FERNÁNDEZ COLLADO, A.; Gregorio XIII y Felipe II en la Nunciatura de Felipe Sega, (1577-1581). Seminario Conciliar del Estudio Teológico de San Ildefonso, Toledo 1991. Imprenta Kadmos, Salamanca 1991.

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VALLADARES, R.; Portugal y la Monarquía Hispánica 1580-1668. Arco Libros, Madrid. 2000

Un comentario sobre “Para que nunca se pusiera el Sol. La agregación de Portugal a la Monarquía Hispánica, 1581.

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